martes, 30 de junio de 2020

JM Gabriel y Galán - Los Dichos del tío Fabián

LOS DICHOS DEL TÍO FABIÁN

Pues, señor, el otro día
vino un tío a visitarme
y sigue con la manía
de venir a marearme.
Con su charla singular
la sangre misma me enciende;
charla y charla sin cesar,
¡pero cualquiera lo entiende!…
Tiene él un prado inmediato
a una linda huerta mía,
y ayer fui a su casa un rato
a ver si me lo vendía.
«Tío Fabián, vamos a ver
—le dije con claridad—:
¿usted me quiere vender
el prado de la hermandad?»
«Si lo vende, hago una puerta
para mi huerta lindante,
mas si usted quiere mi huerta,
yo se la vendo al instante».
El tío Fabián sonrió,
con aire ufano y sencillo;
después tosió, se rascó
y escupió por el colmillo.
Y echando al fuego unos palos,
me contestó el tío Fabián:
«que los tiempos andan malos…;
que patatín…, que patatán…».
«Deje esa palabrería
y piense bien la cuestión:
¿quiere usted la huerta mía?
La vendo sin dilación.
«Las dos fincas valen poco,
más pudiéndolas juntar,
resulta, o yo me equivoco,
una finca regular».
Y con palabra calmosa
el tío Fabián se resuelve
a decir: «Que esa es la cosa,
que torna…, que vuelve…»
«Dígame usted sin rodeos
cuáles son sus intenciones
y cuáles son sus deseos,
proyectos y aspiraciones.
«Claridad pretendo yo
y usted en divagar se empeña;
¡pero dígame sí o no
como Cristo nos enseña?»
Y el tío Fabián sin piedad,
de mis casillas me saca
diciendo que es la verdad…,
«que torna…, que daca…»
«¡Ay tío Fabián, concretemos,
y entendámonos, por Dios,
o locos nos volveremos
de esta manera los dos!»
«En forma clara y abierta
la cuestión le he planteado:
o me vende usted el prado
o me compra usted la huerta».
«Y si nada ha de querer,
dígame sin vacilar
que no quiere usted vender
y no quiere usted comprar».
Pues tras estos alegatos
diciéndome el hombre sale,
que donde hay hombres, hay tratos…,
«que tumba… que dale».
«Si eso está bien, tío Fabián;
mas es charlar tontamente,
y yo no sé a qué ese afán
de salir por la tangente.
«Yo me traigo mis cuartitos
si es que el prado he de comprar,
y nombrando dos peritos
que lo vayan a tasar».
Pero el tío Fabián me ataja
diciendo con gran trabajo
que su prado es una alhaja…,
«que arriba… que abajo…».
«Yo pagaré lo que valga
si el prado tan bueno es;
pero, por Dios, no me salga
con otra tecla después.
«Eso del valor del prado
los peritos lo dirán
y es asunto terminado;
¿comprende usted, tío Fabián?»
Y el tío Fabián no comprende
y dice que velaí…
que la gente así se entiende…
«que por aquí… que por allí…».
«¡Cuidado que es pesadez!;
tío Fabián, tengo que irme;
dígame usted de una vez
lo que tenga que decirme.
«Usted está en las Batuecas,
pero a ver si ahora me entiende;
contésteme usted a secas:
¿vende el prado o no lo vende?»
Y contesta el muy pesado
que hogaño ha criao en el prado
la miaja e ganao y el potro…,
«que por este lado…, que por el otro…»
Pero ¿usted no puede hablar
de forma más apropiada?
¡si eso es charlar por charlar,
y charlar sin decir nada!…
«No hay más tiempo que perder:
el prado lo compro yo.
¿Me lo quiere usted vender?
¿Qué dice usted: sí o no?»
Y el hombre dice que el prao
se lo compró él a un sobrino…;
que fue medio regalao…,
que si fue…, que si vino…»
«Tío Fabián, me voy a ir,
y perdone si le ofendo,
pero no puedo sufrir
esa charla que no entiendo».
«Quedamos en eso, ¿eh?
¿Me venderá usted el prado?
¿No es eso?
¿Qué dice usted?»
Y al verse el hombre acosado,
me dice con mucha flema
que se lo dirá a la tía…
y que esa es la su sistema…,
«que ya vería…, que ya vería…»






JM Gabriel y Galán - ¿Qué es una madre?

¿QUÉ ES UNA MADRE?

Mi madre me dio la vida:
mi madre arrulló mis sueños
cuando en mi infancia querida
soñaba el alma dormida
con horizontes risueños.
Alzóme su amor altares,
sembró mi vida de flores
y un templo fueron mis lares
al rumor de sus cantares
y al calor de sus amores.
¡Cómo poderlo olvidar
si ella me enseñó a marchar
por la senda del deber,
y ella me enseñó a rezar,
y ella me enseñó a creer!
¡Qué dulzura tan ardiente,
me daba su labio amante,
cuando besaba mi frente
con ese amor delirante
que sólo una madre siente!
Ella me supo infundir
esta santa fe crisitiana
que me ha ayudado a vivir,
y ha de ser quizá mañana
la que me enseñe a morir.
Sus labios me la enseñaron
y en mi mente la infundieron,
sus virtudes la cantaron,
sus ejemplos me la dieron,
sus besos me la grabaron.
¡Aunque sólo le debiera
esta fe que me infundió,
diérale mi vida entera,
y aun pagarle no pudiera
el tesoro que me dio!
¡Cuántas lágrimas me evita,
cuántos dolores me calma,
cuántos pesares me quita
la fe querida y bendita
que infundieran en mi alma!
Del mundo en el ancho mar
bogando tras el saber,
es muy fácil naufragar
y es muy difícil vencer
queriendo sin fe luchar;
Acaso tú no comprendas
lo que diciéndote estoy
de estas mis luchas tremendas…
Mas, si no lo entiendes hoy,
mañana quizá lo entiendas.
Siempre, siempre que he invocado
de esa fe la santa ayuda,
con más valor he luchado
y mi espíritu ha triunfado
en sus luchas con la duda.
¿Y a quién debo tal victoria
sino a mi madre querida,
que en el alma y la memoria
dejóme esta fe esculpida
como un título de gloria?
¿Y a quién, si a tu madre no,
vas a deber tú mañana,
cual debo a mi madre yo
esta santa fe cristiana
que en el alma me infundió?
¡Bendito el ser que en mi mente
consiguió grabarla un día
con besos de amor ardiente
cuyo calor todavía
me está abrasando la frente!
¡Cuántas noches de desvelo,
cuánta lágrima vertida,
cuánto incierto desconsuelo
costé a la madre querida
que en mí cifraba su anhelo!
¡Cuántas tristes aflicciones,
cuántas hondas emociones,
su corazón sufriría!
¡Cuántas dulces oraciones
junto a mi cama alzaría!
¡Cuándo podré concebir
dolor tan hondo y tan fuerte
como ella debió sentir,
viéndome a mí combatir
entre la vida y la muerte!
Di: ¿tu mente ha concebido
lo que ella sufrió por mí?
¡Pues ya tienes comprendido
lo mucho que habrá sufrido
tu amante madre por ti!
¡ámala, pues! Y si eres
un hijo bueno que quieres
su amor, en parte, pagar,
cumple todos los deberes
que ahora te voy a enseñar.